En algunas ocasiones surgen trabajos que van más allá de lo estrictamente técnico. Las especiales características de la zona o de la edificación, nos brindan la oportunidad no sólo de adquirir experiencias profesionales sino además vivir pequeñas aventuras.
Nuestra historia comienza con los primeros tonos del otoño y los últimos coletazos de un verano seco y caluroso que se negaba a dejarnos. En una época relativamente tranquila en el terreno laborar, en la que solemos organizar y dar nuevas perspectivas a los proyectos de futuro, fuimos contratados para proceder al levantamiento y diseño de los planos actuales de un convento del S. XV.
Emplazado en una pequeña localidad del interior de España con importante patrimonio histórico, el convento con sus imponentes muros protegían el interior como si de una fortaleza se tratase, evitando miradas curiosas que hacían mucho más enigmático el lugar.
Tuvimos la oportunidad de recorrer todas las dependencias, distribuidas en tres plantas, un semisótano y una iglesia de gran superficie y hermoso contenido. Un antiguo hospital, amplia cocina y … los nichos vacíos de un cementerio, que hasta no hacía mucho, contenía los restos de las monjas fallecidas allí. Introducirnos con flexómetro en mano, no resultó nada agradable.
Un entorno ideal para dejar correr la imaginación. A la media hora de comenzar a trabajar, la estación total dejó de medir. Una avería que no se pudo solventar y que requirió la sustitución y reorganización de todo nuestro trabajo.
El diseño de los planos del edificio presentó bastante dificultad técnica. Las innumerables ampliaciones y reformas efectuadas sin rigor técnico alguno, definían un entramado de construcciones con muchísimos recovecos sin homogeneidad, ni lógica. Sencillamente durante siglos, las monjas habían efectuado los cambios que habían considerado oportuno sin tener en cuenta la visión de conjunto.
La soledad se palpaba en el ambiente. Telarañas que cubrían zonas abandonadas años atrás, esqueletos de palomas, salas en completa oscuridad, murciélagos… No apto para topógrafos susceptibles o miedosos.
Éramos los únicos que habíamos irrumpido en el lugar después de años cerrado, abandonado. Durante una semana, junto a mi ayudante, permanecimos en completa soledad recorriendo el interior de este edificio, representando cada rincón con los miles de puntos que conformarían las plantas y los alzados de aquel misterioso espacio.
Dejamos para el final la zona subterránea. Un área que durante un día entero estuvo aireándose. Aún así el olor nauseabundo de excrementos de animales varios, la humedad ambiental y la aportación de las cañerías, apenas se había reducido. Bromeamos comparándolo con la maldición de las pirámides y tumbas de los faraones, sin saber que tendrían algo en común.
Finalizado nuestro trabajo de campo, de regreso a Málaga, comenzamos a sentirnos mal: dolor de estómago y náuseas que desembocó en una gastroenteritis obligándonos a permanecer 3 días inmovilizados (vómitos, diarreas y algunas décimas de fiebre).
Una vez recuperado el ánimo, comencé a estructurar el trabajo de oficina, volcando las fotografías tomadas para recordar todos los detalles.
Observando una por una, encontré algo que me llamó la atención: en algunas de las dependencias del convento se podían apreciar puntos blancos con forma redonda.
Movida por la curiosidad, busqué en nuestra gran enciclopedia del s. XXI, internet y encontré algo que me dejó trastocada. Expertos en temas paranormales llaman a estos puntos blancos, “orbes o esferas de luz” y según ellos, representan el cuerpo extenso, material, semimaterial o energético del espíritu de una persona fallecida. Tal vez fuesen simples motas de polvo que reflejaran la luz, quién sabe.
Avería de la estación total, gastroenteritis, motas de luz en algunas dependencias… Muchas casualidades o causalidades, depende cómo se mire.
Sobrevivimos sin secuelas y con una historia para contar.
Nota: las fotos no se corresponden con el relato narrado. Discreción profesional.
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